Saturday, March 26, 2011

La verdad



¿Qué tiene que pasar para que un crimen tan perverso como el robo de niños alcance semejante magnitud?

26.03.2011 - F. L. CHIVITE


Recuerdo el día que nació mi hija. Recuerdo hasta los pequeños detalles. La ropa que llevábamos. El cassette de Pretenders que pusimos cuando íbamos en el coche. Los chistes que hacíamos camino de la maternidad. No sé cómo habría reaccionado si me hubieran dicho que había nacido muerta y se negaran a enseñarme el cuerpo. Ahora mismo resulta difícil creer que pueda pasar una cosa así. Pero cada vez son más los casos que aparecen (según algunas fuentes podrían superar las decenas de miles), de padres a quienes aseguraron que su hijo había nacido muerto denegándoles el derecho a ver el cadáver. Muchos de ellos dicen que sabían que les mentían. Y que han vivido toda la vida apenados por aquello, sin poder sacarse la sospecha de la cabeza. Escucho a un hombre contar que su padre pagó en 1969 un millón de pesetas por él. Escucho la declaración de una madre adoptiva que ingresó en una clínica por consejo del médico con una almohada bajo la ropa, fingiendo un embarazo y al día siguiente volvió a su casa con un bebé recién nacido. Uno puede entender que esto se llevara a cabo por gente abyecta y en situaciones aisladas. Ahora bien, ¿qué tiene que pasar para que un crimen tan perverso alcance semejante magnitud y se extienda por prácticamente toda la geografía de un país, con la innegable colaboración (tanto en lo que se refiere a la realización práctica como a su cobertura moral) de la Iglesia católica? ¿Qué tipo se sociedad era esa? ¿Basada en qué valores? Por lo que se vislumbra, el rapto y venta de niños desde la década de los cuarenta hasta principios de los noventa, llegó a adquirir la estructura de una red en la que se vieron implicados una cantidad considerable de médicos, monjas, curas y funcionarios que expedían falsos certificados de defunción, en un deplorable y condenable clima de impunidad y desprecio a las víctimas. Creo que la fiscalía ha hecho bien en aceptar por fin las angustiosas demandas de este colectivo cuyo número de miembros no deja de crecer. No sé si esto llegará a juicio. Dicen que ha pasado mucho tiempo. Y que la Justicia es lenta. Siempre es igual. «A la larga, la verdad no importa», dice Wallace Stevens. Qué oscuro suena eso. Lo malo es que en el terreno de la Justicia, es así: la verdad caduca, prescribe. La verdad envejece y al final parece que da igual. Que ya no urge, que ya no quema. Hay algo perverso y extraordinariamente descorazonador en el hecho de permitir que salgan a la luz los crímenes del poder una vez ha transcurrido el tiempo suficiente. En todo caso, no sería mala idea que se nombrara una comisión de la verdad para investigar a fondo todos los casos. Una comisión que redactara un informe dando respuestas y devolviendo en la medida de los posible la dignidad y el respeto que les fue arrebatado a esas personas.




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