Saturday, October 30, 2010

TU LUCHA SIGUE









"¡Viva Marcelino!, ¡Viva Josefina!, ¡Viva el socialismo!, ¡Viva el Partido Comunista!, ¡Viva Comisiones Obreras!, ¡Viva la República!". Con esas proclamas espontáneas, el público que abarrotaba el auditorio Marcelino Camacho, en la sede madrileña de CCOO, despidió ayer el féretro con el cuerpo del legendario sindicalista, rumbo al Cementerio Civil, donde fue enterrado unas horas después. Los restos de Camacho, fundador de CCOO y figura clave de la democracia, fallecido en la madrugada del pasado viernes a los 92 años, descansan ya muy cerca de los de otros nombres ilustres de la izquierda española, como Dolores Ibárruri, PabloIglesias o Francisco Largo Caballero.


Pese al mal tiempo y al puente de Todos los Santos, el histórico dirigente, "mucho más que un hombre bueno" y "uno de los verdaderos padres de la democracia que hoy disfrutamos", como lo definió la escritora Almudena Grandes, recibió la cariñosa despedida de miles de personas en un acto celebrado frente a la Puerta de Alcalá, el escenario que acogió muchos de los mítines de Camacho en las celebraciones del Primero de Mayo.

En un ambiente de emoción contenida, cariño hacia la familia del fallecido (en especial, su viuda, Josefina Samper) y respeto, el homenaje arrancó con los acordes de Ítaca, la canción de Lluís Llach que instaba a "rogar por que sea largo el camino, lleno de aventuras, lleno de conocimientos".

Un buen resumen de la vida de Camacho, el metalúrgico que luchó por la República y que, tras la derrota, desafió a Franco y su régimen fascista, basado en "la represión y el miedo", como ayer destacó su hijo Marcel. Este recordó cómo su padre pagó, primero con el exilio y luego, con la libertad, su compromiso con la lucha obrera; y cómo, años después de salir de la cárcel, ya en democracia, "se fue del Parlamento porque a los trabajadores se les quitaban derechos", en alusión a cuando, en 1981, Camacho dejó su escaño de diputado del PCE en protesta por la aprobación del Estatuto de los Trabajadores.

La lucha sigue

El féretro dejó la capilla ardiente entre vivas a la República y al PCE

Fue tal el respeto reinante en el homenaje que ni la lluvia, omnipresente este fin de semana en Madrid, se atrevió a deslucirlo. Gracias en parte a la férrea organización de los numerosos voluntarios de CCOO, el acto transcurrió sin incidentes aunque, a su conclusión, dos exaltados, a bordo de un Ford Focus (quizá cabreados por el atasco reinante), se dedicaron a cantar el Cara al Sol mientras la muchedumbre se dispersaba; la astracanada y el conato de trifulca ("¡No en este día!", les reprochaban) fueron rápidamente neutralizadas por dos policías municipales.

Acudieron a la Puerta de Alcalá miles de simpatizantes de la izquierda, que enarbolaban banderas republicanas, del PCE y de CCOO, y pancartas con lemas como "En la calle, la lucha sigue, Marcelino vive: seguiremos tu ejemplo" o la frase más famosa de Camacho, que ayer ilustraba la portada de este diario y que acompañaba una enorme foto del líder sindical instalada en su capilla ardiente y en el acto de despedida: "Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar".

Entre los asistentes, muchos ciudadanos anónimos, como Amador y Ana, dos treintañeros andaluces que no dudaron en subirse a un autobús en Sevilla, de madrugada, para dar su último adiós a "un luchador, un ejemplo para todos", como le definían emocionados.

Acudieron personalidades como, entre otros, el ministro de Trabajo e Inmigración, Valeriano Gómez (que permaneció en todo momento en un discreto segundo plano); el secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo; su antecesor, José María Fidalgo; el diputado Antonio Gutiérrez, que sucedió a Camacho al frente de CCOO; el líder de UGT, Cándido Méndez; Nicolás Redondo; Nicolás Sartorius; CayoLara y Gaspar Llamazares, de IU; el ex secretario general del PCE, Santiago Carrillo; y José Luis Centella, actual líder de ese partido, que definió a Camacho como "un corredor de fondo, siempre adelante, siempre a la izquierda"; un "sindicalista sin matices, sin dobleces, y un comunista de una pieza".

Según Toxo, se va con el cariño de "toda la sociedad, sin excepción"

En la marcha que acom-pañó al féretro desde la sede de CCOO, en la calle Lope de Vega, también desfilaron otras figuras poco sospechosas de izquierdismo, como el ex ministro y ex presidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga, o el jurista Antonio Garrigues Walker. Como señaló Fernández Toxo en su discurso, Camacho se marcha "con el reconocimiento unánime de toda la sociedad española, sin excepción". A despedirlo acudieron, recordó, "desde su peluquero hasta la Casa Real", en alusión a la visita a su ca-pilla ardiente, el pasado viernes, del príncipe Felipe. La mención propició algunos silbidos del público y vítores en favor de la República.

"Legado insuperable"

En su intervención, Toxo definió a Camacho como "un ejemplo de coherencia" y "una de esas personas irrepetibles, de las que vienen unos pocos en un siglo". Instó a proteger su "legado insuperable" y lamentó que el "sueño" del dirigente, el de tener "un sindicato unitario" en España, no se cumpliera; alabó cómo Camacho dejó la secretaría general de CCOO en 1987, "sin hacer ruido" y en "plenitud de facultades". Y, respecto a los objetivos de su lucha, fue tajante: "Hay esperanza", dijo. Después, un aplauso cerrado precedió a las estrofas, puños en alto, de La Internacional. El acto acabó, rumbo al sepelio; y, entonces sí, rompió a llover sobre Madrid.



Centenario de M. Hernandez


Hoy se cumplen cien años desde que vino al mundo, para mejorarlo con su palabra, Miguel Hernández. Cárcel y muerte le dieron las Españas, herido y malherido anduvo por trincheras y hospitales. Se fue a los 31 años de edad, que pudo ser otra. Ahora está en las antologías y en la memoria de todos. La posteridad puede que sea una superposición de minorías, pero siempre favorece que haya 'videoclips' o que sus prodigiosos versos sean cantados por Serrat.


Miguel Hernández está en el Parnaso, pero antes fue huésped de celdas y vio la libertad entre barrotes. El 'carnívoro cuchillo' se clavó en su corazón descolgándose de la panoplia española.

(«Federico era mi hermano. Miguel era mi hijo», me decía muchos años después Pablo Neruda, con su voz entrecortada de dulce salitre. «Me los mataron. ¿Qué se puede pensar de un país que mata a sus poetas?»). A él casi lo mata el suyo, pero murió de tristeza, viendo como ardían sus libros. Un «sino sangriento» el de Miguel Hernández. También el de su mujer, Josefina Manresa, a la que dejaron huérfana los unos y viuda los otros.

Leopoldo de Luis y yo, que caímos en Elche por haber sido premiados en cierta lotería lírica, le llevamos un ramo de flores. Estaba todavía guapa, del mismo modo que estaría siempre triste.

Tenía un minúsculo taller de costura, con aquellas sonoras máquinas 'Singer' y con otras dos jóvenes atareadas. Leopoldo de Luis, que además de un poeta excelente estaba lleno de bonhomía y de cordialidad, no le dijo que su marido y él habían sido conmilitones. Ella nos habló de Vicente Aleixandre con devoción. No se fiaba de casi nadie más. Al final de la visita yo me atreví a preguntarle cómo era Miguel.

«El siempre con versicos», me dijo, sonriendo con la alegre tristeza del olvido.

Quizá no tenía conciencia de quién era el hombre con el que se había casado. Solo de que le quería.






Estas flores las de otros (victimas en Navalcan)