En la madrugada del 18 de agosto
de 1936, Federico García Lorca
fue fusilado junto a un olivo
en la carretera que une las localidades
de Víznar y Alfacar. Se trataba
del final de una historia llena
de rivalidades políticas en la
ciudad en la que habitaba “la
peor burguesía de España”, como
dijo el poeta. También fue el
comienzo de otra historia plagada
de silencio, un tiempo de
fosas cerradas sobre las que se
dejaban piedras, desmemoria y
vergüenza.
Sobre el antes y el después del
fusilamiento, el investigador Gabriel
Pozo aporta nuevos datos
en su libro Lorca, el último paseo
(editorial Almed), que se distribuirá
en pocos días. Si los investigadores
lorquianos habían tenido
acceso a una parte importante
de los testimonios que eran
útiles para la reconstrucción de
lo sucedido, uno de los protagonistas
guardó silencio hasta su
muerte: Ramón Ruiz Alonso es,
para la mayor parte de las fuentes,
el responsable de la detención
y el fusilamiento del poeta.
Unos días después de la muerte
de Franco huyó a Estados Unidos,
pero antes explicó el porqué
de su viaje a su hija mayor, la
actriz Emma Penella.
El libro incluye el testimonio
de Penella, que dejó a su autor
una carta firmada en la que da fe
de la autenticidad de sus declaraciones,
con las que siembra no
pocas dudas sobre las circunstancias
de la muerte del poeta. Penella
pidió que sus declaraciones
no fueran publicadas hasta después
de su muerte. La actriz falleció
en agosto de 2007.
“Mi padre quiso que yo supiera
toda la verdad antes de morir”,
explicaba la actriz, que conoció
en el transcurso de una fiesta
la implicación de su padre en el
asesinato de Lorca: “¡Quién se habrá
creído que es, si es la hija del
que mató a García Lorca”, dijo
alguien a gritos tratando de humillarla.
Al saberlo, su padre se
aisló en una habitación. Nunca
volvió a mencionar el tema hasta
que decidió huir de España, y se
sinceró con su hija.
“Al comenzar la guerra la situación
era muy confusa. Queipo
de Llano estaba al corriente de lo
que pasaba con Lorca. Llamó a
Granada porque antes lo habían
llamado desde el Gobierno Civil
para consultarle y ordenó que
dieran un gran susto al poeta para
que confesara todo lo que sabía
de Fernando de los Ríos y
firmara una denuncia contra él”,
explicó la actriz.
Por tanto, la detención de Lorca
habría sido el último intento
de localizar a Fernando de los
Ríos. “Él era el pez gordo que buscaban”,
declaró. ¿Y cómo sabían
que Lorca estaba escondido en
casa de los Rosales? La versión
oficial mantiene que fue su propia
hermana la que confesó en la
Huerta de San Vicente, al venirse
abajo en uno de los registros, y al
tratar de proteger a don Federico,
su padre.
Sin embargo, la versión de
Ruiz Alonso en boca de Penella,
suena muy distinta. “El mayor de
los Rosales le dijo a mi padre en
un desfile de falangistas que Lorca
estaba en su casa. Le comentó
que no estaba de acuerdo en que
estuviera invitado y que él procuraba
no ir mucho porque quería
que se fuera”. Tras esta conversación,
Ruiz Alonso informó a los
jefes de la CEDA (Confederación
Española de Derechas Autónomas)
y decidieron “darle un escarmiento
al niño mimado de
Fernando de los Ríos”.
El relato de Penella también
dista mucho de la versión oficial
en lo relacionado con la detención,
que no se habría producido
en la casa de la calle de Angulo
con un amplio despliegue de
hombres armados. “Acudió con
el mayor de los Rosales. Mi padre
no sacó a Lorca de la casa de
los Rosales, fue entregado por el
hijo mayor y se lo llevaron al Gobierno
Civil sin esposar ni nada”.
Después se produjo el fusilamiento,
que Penella achaca a la lucha
por el poder entre la CEDA y Falange.
De esta última eran miembros
destacados los Rosales, a los
que se quiso desprestigiar con la
muerte del poeta. “García Lorca
no fue sino el despojo que dos
perros rabiosos trataban de arrebatarse”,
explica Gabriel Pozo en
el libro.
Cuando triunfó la sublevación
militar, los aplausos recibidos
por Ruiz Alonso por deshacerse
del poeta se convirtieron
en rumores que aullaban como
lobos. “Mi padre firmó la denuncia
junto a otros pero él dio la
cara, después no se escondió, era
un hombre echado para adelante,
con coraje. En la denuncia se
afirmaba que Lorca era el secretario
de Fernando de
los Ríos y que era
muy rojo”.
Al acabar la guerra,
Ruiz Alonso recibió
una llamada telefónica
inquietante.
“En el extranjero habían
empezado las
quejas por lo que había
ocurrido con Lorca
y el asunto irritó a
Franco. El caudillo
quiso saber lo que había
pasado y llamó a
mi padre”.
Desde entonces,
nunca más se habló
del tema. Se destruyeron
todas las pruebas
y cualquier rastro
que pudiera aportar
luz al asesinato
de Lorca y Ruiz Alonso
empezó a temer
por su vida. “Es muy
posible que la policía
lo tuviera controlado, quizás
tuvo miedo a que le hicieran algo
si hablaba. Cargó con las culpas
de todos, purgó su pena en vida,
durante casi 40 años de abandono
y soledad”, contaba Emma
Penella.
Al rompecabezas inacabado
de la historia, Gabriel Pozo ha
sumado nuevas piezas. Una de
ellas es una fotografía inédita en
la que puede verse a la cuadrilla
de enterradores que trabajaban
en Víznar. La fotografía está tomada
en la finca Las Colonias, a
pocos metros del barranco, donde
García Lorca pasó sus últimas
horas esperando a ser fusilado.
Agachado, con una niña en los
brazos, puede verse a Manolillo
El Comunista, el joven que indicó
a Gibson el lugar donde supuestamente
enterró con sus manos al
poeta. “Manuel Castilla señaló
una fosa situada en el lugar en el
que hoy se está excavando. Sin
embargo, después confesó a
otros que no estuvo allí el día del
fusilamiento y que a Gibson le
señaló el primer lugar que se le
ocurrió”, explica Pozo, convencido
de que no van a encontrar los
restos del poeta. Según el investigador,
la decisión de Franco de
sepultar todo lo relacionado con
el asesinato se llevó a cabo hasta
sus últimas consecuencias.
Agustín Penón dejó en sus
apuntes una anotación muy inquietante.
Se trata de una conversación
que tuvo con Antonio
Gallego y Burín, alcalde de Granada
durante la Guerra Civil y
parte de la dictadura. El investigador
escribió en sus libretas:
“El lugar de la tumba en Víznar
había sido cambiado por orden
de las autoridades, que temiendo
las consecuencias de aquel asesinato
decidieron ocultarlo para
impedir que pudiera convertirse
en un arma propagandística de
enorme valor para el bando republicano”.
Lorca, muerte (sin resolver) de un poeta
Un libro arroja nuevos datos sobre las circunstancias del crimen P La fallecida
actriz Emma Penella revela detalles de la implicación de su padre en el fusilamiento
Enterradores del barranco de Víznar. Con la niña en su regazo, Manolillo El Comunista, quien aseguró a Ian Gibson
de 1936, Federico García Lorca
fue fusilado junto a un olivo
en la carretera que une las localidades
de Víznar y Alfacar. Se trataba
del final de una historia llena
de rivalidades políticas en la
ciudad en la que habitaba “la
peor burguesía de España”, como
dijo el poeta. También fue el
comienzo de otra historia plagada
de silencio, un tiempo de
fosas cerradas sobre las que se
dejaban piedras, desmemoria y
vergüenza.
Sobre el antes y el después del
fusilamiento, el investigador Gabriel
Pozo aporta nuevos datos
en su libro Lorca, el último paseo
(editorial Almed), que se distribuirá
en pocos días. Si los investigadores
lorquianos habían tenido
acceso a una parte importante
de los testimonios que eran
útiles para la reconstrucción de
lo sucedido, uno de los protagonistas
guardó silencio hasta su
muerte: Ramón Ruiz Alonso es,
para la mayor parte de las fuentes,
el responsable de la detención
y el fusilamiento del poeta.
Unos días después de la muerte
de Franco huyó a Estados Unidos,
pero antes explicó el porqué
de su viaje a su hija mayor, la
actriz Emma Penella.
El libro incluye el testimonio
de Penella, que dejó a su autor
una carta firmada en la que da fe
de la autenticidad de sus declaraciones,
con las que siembra no
pocas dudas sobre las circunstancias
de la muerte del poeta. Penella
pidió que sus declaraciones
no fueran publicadas hasta después
de su muerte. La actriz falleció
en agosto de 2007.
“Mi padre quiso que yo supiera
toda la verdad antes de morir”,
explicaba la actriz, que conoció
en el transcurso de una fiesta
la implicación de su padre en el
asesinato de Lorca: “¡Quién se habrá
creído que es, si es la hija del
que mató a García Lorca”, dijo
alguien a gritos tratando de humillarla.
Al saberlo, su padre se
aisló en una habitación. Nunca
volvió a mencionar el tema hasta
que decidió huir de España, y se
sinceró con su hija.
“Al comenzar la guerra la situación
era muy confusa. Queipo
de Llano estaba al corriente de lo
que pasaba con Lorca. Llamó a
Granada porque antes lo habían
llamado desde el Gobierno Civil
para consultarle y ordenó que
dieran un gran susto al poeta para
que confesara todo lo que sabía
de Fernando de los Ríos y
firmara una denuncia contra él”,
explicó la actriz.
Por tanto, la detención de Lorca
habría sido el último intento
de localizar a Fernando de los
Ríos. “Él era el pez gordo que buscaban”,
declaró. ¿Y cómo sabían
que Lorca estaba escondido en
casa de los Rosales? La versión
oficial mantiene que fue su propia
hermana la que confesó en la
Huerta de San Vicente, al venirse
abajo en uno de los registros, y al
tratar de proteger a don Federico,
su padre.
Sin embargo, la versión de
Ruiz Alonso en boca de Penella,
suena muy distinta. “El mayor de
los Rosales le dijo a mi padre en
un desfile de falangistas que Lorca
estaba en su casa. Le comentó
que no estaba de acuerdo en que
estuviera invitado y que él procuraba
no ir mucho porque quería
que se fuera”. Tras esta conversación,
Ruiz Alonso informó a los
jefes de la CEDA (Confederación
Española de Derechas Autónomas)
y decidieron “darle un escarmiento
al niño mimado de
Fernando de los Ríos”.
El relato de Penella también
dista mucho de la versión oficial
en lo relacionado con la detención,
que no se habría producido
en la casa de la calle de Angulo
con un amplio despliegue de
hombres armados. “Acudió con
el mayor de los Rosales. Mi padre
no sacó a Lorca de la casa de
los Rosales, fue entregado por el
hijo mayor y se lo llevaron al Gobierno
Civil sin esposar ni nada”.
Después se produjo el fusilamiento,
que Penella achaca a la lucha
por el poder entre la CEDA y Falange.
De esta última eran miembros
destacados los Rosales, a los
que se quiso desprestigiar con la
muerte del poeta. “García Lorca
no fue sino el despojo que dos
perros rabiosos trataban de arrebatarse”,
explica Gabriel Pozo en
el libro.
Cuando triunfó la sublevación
militar, los aplausos recibidos
por Ruiz Alonso por deshacerse
del poeta se convirtieron
en rumores que aullaban como
lobos. “Mi padre firmó la denuncia
junto a otros pero él dio la
cara, después no se escondió, era
un hombre echado para adelante,
con coraje. En la denuncia se
afirmaba que Lorca era el secretario
de Fernando de
los Ríos y que era
muy rojo”.
Al acabar la guerra,
Ruiz Alonso recibió
una llamada telefónica
inquietante.
“En el extranjero habían
empezado las
quejas por lo que había
ocurrido con Lorca
y el asunto irritó a
Franco. El caudillo
quiso saber lo que había
pasado y llamó a
mi padre”.
Desde entonces,
nunca más se habló
del tema. Se destruyeron
todas las pruebas
y cualquier rastro
que pudiera aportar
luz al asesinato
de Lorca y Ruiz Alonso
empezó a temer
por su vida. “Es muy
posible que la policía
lo tuviera controlado, quizás
tuvo miedo a que le hicieran algo
si hablaba. Cargó con las culpas
de todos, purgó su pena en vida,
durante casi 40 años de abandono
y soledad”, contaba Emma
Penella.
Al rompecabezas inacabado
de la historia, Gabriel Pozo ha
sumado nuevas piezas. Una de
ellas es una fotografía inédita en
la que puede verse a la cuadrilla
de enterradores que trabajaban
en Víznar. La fotografía está tomada
en la finca Las Colonias, a
pocos metros del barranco, donde
García Lorca pasó sus últimas
horas esperando a ser fusilado.
Agachado, con una niña en los
brazos, puede verse a Manolillo
El Comunista, el joven que indicó
a Gibson el lugar donde supuestamente
enterró con sus manos al
poeta. “Manuel Castilla señaló
una fosa situada en el lugar en el
que hoy se está excavando. Sin
embargo, después confesó a
otros que no estuvo allí el día del
fusilamiento y que a Gibson le
señaló el primer lugar que se le
ocurrió”, explica Pozo, convencido
de que no van a encontrar los
restos del poeta. Según el investigador,
la decisión de Franco de
sepultar todo lo relacionado con
el asesinato se llevó a cabo hasta
sus últimas consecuencias.
Agustín Penón dejó en sus
apuntes una anotación muy inquietante.
Se trata de una conversación
que tuvo con Antonio
Gallego y Burín, alcalde de Granada
durante la Guerra Civil y
parte de la dictadura. El investigador
escribió en sus libretas:
“El lugar de la tumba en Víznar
había sido cambiado por orden
de las autoridades, que temiendo
las consecuencias de aquel asesinato
decidieron ocultarlo para
impedir que pudiera convertirse
en un arma propagandística de
enorme valor para el bando republicano”.
Lorca, muerte (sin resolver) de un poeta
Un libro arroja nuevos datos sobre las circunstancias del crimen P La fallecida
actriz Emma Penella revela detalles de la implicación de su padre en el fusilamiento
Enterradores del barranco de Víznar. Con la niña en su regazo, Manolillo El Comunista, quien aseguró a Ian Gibson