Friday, January 28, 2011

Garcia Lorca

En la madrugada del 18 de agosto


de 1936, Federico García Lorca

fue fusilado junto a un olivo

en la carretera que une las localidades

de Víznar y Alfacar. Se trataba

del final de una historia llena

de rivalidades políticas en la

ciudad en la que habitaba “la

peor burguesía de España”, como

dijo el poeta. También fue el

comienzo de otra historia plagada

de silencio, un tiempo de

fosas cerradas sobre las que se

dejaban piedras, desmemoria y

vergüenza.

Sobre el antes y el después del

fusilamiento, el investigador Gabriel

Pozo aporta nuevos datos

en su libro Lorca, el último paseo

(editorial Almed), que se distribuirá

en pocos días. Si los investigadores

lorquianos habían tenido

acceso a una parte importante

de los testimonios que eran

útiles para la reconstrucción de

lo sucedido, uno de los protagonistas

guardó silencio hasta su

muerte: Ramón Ruiz Alonso es,

para la mayor parte de las fuentes,

el responsable de la detención

y el fusilamiento del poeta.

Unos días después de la muerte

de Franco huyó a Estados Unidos,

pero antes explicó el porqué

de su viaje a su hija mayor, la

actriz Emma Penella.

El libro incluye el testimonio

de Penella, que dejó a su autor

una carta firmada en la que da fe

de la autenticidad de sus declaraciones,

con las que siembra no

pocas dudas sobre las circunstancias

de la muerte del poeta. Penella

pidió que sus declaraciones

no fueran publicadas hasta después

de su muerte. La actriz falleció

en agosto de 2007.

“Mi padre quiso que yo supiera

toda la verdad antes de morir”,

explicaba la actriz, que conoció

en el transcurso de una fiesta

la implicación de su padre en el

asesinato de Lorca: “¡Quién se habrá

creído que es, si es la hija del

que mató a García Lorca”, dijo

alguien a gritos tratando de humillarla.

Al saberlo, su padre se

aisló en una habitación. Nunca

volvió a mencionar el tema hasta

que decidió huir de España, y se

sinceró con su hija.

“Al comenzar la guerra la situación

era muy confusa. Queipo

de Llano estaba al corriente de lo

que pasaba con Lorca. Llamó a

Granada porque antes lo habían

llamado desde el Gobierno Civil

para consultarle y ordenó que

dieran un gran susto al poeta para

que confesara todo lo que sabía

de Fernando de los Ríos y

firmara una denuncia contra él”,

explicó la actriz.

Por tanto, la detención de Lorca

habría sido el último intento

de localizar a Fernando de los

Ríos. “Él era el pez gordo que buscaban”,

declaró. ¿Y cómo sabían

que Lorca estaba escondido en

casa de los Rosales? La versión

oficial mantiene que fue su propia

hermana la que confesó en la

Huerta de San Vicente, al venirse

abajo en uno de los registros, y al

tratar de proteger a don Federico,

su padre.

Sin embargo, la versión de

Ruiz Alonso en boca de Penella,

suena muy distinta. “El mayor de

los Rosales le dijo a mi padre en

un desfile de falangistas que Lorca

estaba en su casa. Le comentó

que no estaba de acuerdo en que

estuviera invitado y que él procuraba

no ir mucho porque quería

que se fuera”. Tras esta conversación,

Ruiz Alonso informó a los

jefes de la CEDA (Confederación

Española de Derechas Autónomas)

y decidieron “darle un escarmiento

al niño mimado de

Fernando de los Ríos”.

El relato de Penella también

dista mucho de la versión oficial

en lo relacionado con la detención,

que no se habría producido

en la casa de la calle de Angulo

con un amplio despliegue de

hombres armados. “Acudió con

el mayor de los Rosales. Mi padre

no sacó a Lorca de la casa de

los Rosales, fue entregado por el

hijo mayor y se lo llevaron al Gobierno

Civil sin esposar ni nada”.

Después se produjo el fusilamiento,

que Penella achaca a la lucha

por el poder entre la CEDA y Falange.

De esta última eran miembros

destacados los Rosales, a los

que se quiso desprestigiar con la

muerte del poeta. “García Lorca

no fue sino el despojo que dos

perros rabiosos trataban de arrebatarse”,

explica Gabriel Pozo en

el libro.

Cuando triunfó la sublevación

militar, los aplausos recibidos

por Ruiz Alonso por deshacerse

del poeta se convirtieron

en rumores que aullaban como

lobos. “Mi padre firmó la denuncia

junto a otros pero él dio la

cara, después no se escondió, era

un hombre echado para adelante,

con coraje. En la denuncia se

afirmaba que Lorca era el secretario

de Fernando de

los Ríos y que era

muy rojo”.

Al acabar la guerra,

Ruiz Alonso recibió

una llamada telefónica

inquietante.

“En el extranjero habían

empezado las

quejas por lo que había

ocurrido con Lorca

y el asunto irritó a

Franco. El caudillo

quiso saber lo que había

pasado y llamó a

mi padre”.

Desde entonces,

nunca más se habló

del tema. Se destruyeron

todas las pruebas

y cualquier rastro

que pudiera aportar

luz al asesinato

de Lorca y Ruiz Alonso

empezó a temer

por su vida. “Es muy

posible que la policía

lo tuviera controlado, quizás

tuvo miedo a que le hicieran algo

si hablaba. Cargó con las culpas

de todos, purgó su pena en vida,

durante casi 40 años de abandono

y soledad”, contaba Emma

Penella.

Al rompecabezas inacabado

de la historia, Gabriel Pozo ha

sumado nuevas piezas. Una de

ellas es una fotografía inédita en

la que puede verse a la cuadrilla

de enterradores que trabajaban

en Víznar. La fotografía está tomada

en la finca Las Colonias, a

pocos metros del barranco, donde

García Lorca pasó sus últimas

horas esperando a ser fusilado.

Agachado, con una niña en los

brazos, puede verse a Manolillo

El Comunista, el joven que indicó

a Gibson el lugar donde supuestamente

enterró con sus manos al

poeta. “Manuel Castilla señaló

una fosa situada en el lugar en el

que hoy se está excavando. Sin

embargo, después confesó a

otros que no estuvo allí el día del

fusilamiento y que a Gibson le

señaló el primer lugar que se le

ocurrió”, explica Pozo, convencido

de que no van a encontrar los

restos del poeta. Según el investigador,

la decisión de Franco de

sepultar todo lo relacionado con

el asesinato se llevó a cabo hasta

sus últimas consecuencias.

Agustín Penón dejó en sus

apuntes una anotación muy inquietante.

Se trata de una conversación

que tuvo con Antonio

Gallego y Burín, alcalde de Granada

durante la Guerra Civil y

parte de la dictadura. El investigador

escribió en sus libretas:

“El lugar de la tumba en Víznar

había sido cambiado por orden

de las autoridades, que temiendo

las consecuencias de aquel asesinato

decidieron ocultarlo para

impedir que pudiera convertirse

en un arma propagandística de

enorme valor para el bando republicano”.

Lorca, muerte (sin resolver) de un poeta

Un libro arroja nuevos datos sobre las circunstancias del crimen P La fallecida

actriz Emma Penella revela detalles de la implicación de su padre en el fusilamiento

Enterradores del barranco de Víznar. Con la niña en su regazo, Manolillo El Comunista, quien aseguró a Ian Gibson