Monday, September 27, 2010

La irritante levedad de la memoria histórica reciente

 


La irritante levedad de la memoria histórica reciente Manuel Ortega Linares [Image] Con mis sesenta y cuatro años yo sufrí a la Iglesia Católica. Aunque yo nunca fue creyente y menos aún católico a los siete años la que Voltaire llamara La Infame (él sabrá por qué y yo no quiero decirlo aquí aunque comparto su opinión) me obligó a hacer la primera comunión tras la correspondiente confesión (primera y última pese a las fuertes presiones de la que fui víctima posteriormente). Con su Índice de Libros Prohibidos (una de las infamias) me prohibía, porque le daba la gana, que yo leyera los libros que me daba la gana a mí. De modo que ya a mis veinte años logré leer clandestinamente y jugándome el tipo las obras de Freud editadas en México, claro. La Iglesia entre otras muchas cosas, con su poder todopoderoso, nos imponía a todos, porque sí y porque iba contra “sus intereses” lo que podíamos leer y lo que no ¡esto es grande y la memoria de muchos muy flaca! Veamos algunas cosas de las que Freud decía y que la Iglesia, enlugar de rebatirlas, las prohibía. Decía Freud:
“La creencia, como sentimiento inconsciente, satisfaría, de una manera todopoderosa y fantástica, nuestro deseo infantil de omnipotencia, la aspiración radical a convertirnos en el ombligo del mundo. El silogismo freudiano se construye de un modo parecido al siguiente: la religión conduce y acrecienta el narcisismo humano (al posibilitar la vivencia de una omnipotencia simbólica sostenida por la imaginación). Todo narcisismo es una neurosis (en cuanto que aparta al hombre del principio de la realidad). El narcisista no acepta a los otros, sino en la medida que protegen y acentúan su narcisismo (le adulan, le alaban, le contemplan y le gratifican) por eso no admiten ningún tipo de crítica por razonable que sea. El narcisista instrumentaliza el amor. Su relación queda así manipulada hasta el estrechamiento de que los juicios de los demás son importantes, absolutos (a pesar de su relativismo), en tanto que con él se relacionan y concuerdan con lo que él cree. El narcisista acapa ra o intenta acaparar la atención de los demás en torno suyo. En el narcisista se da cerrazón, clausura, movimiento centrípeto e inmanente, hermetismo. Su yo es el polo en donde se encontrarán o por donde ha de pasar toda relación humana. Su camino no tiene más que una dirección: la de regreso. Antes de llegar a las cosas, ya está de vuelta. Llega a ellas en tanto que regresa de ellas, o las hace depender de sí mismo. Su meta está más acá y por debajo de sí, lo que hace imposible que en su modo de estar situado aparezca un horizonte, no puede haber un “nuevo modo de pensar” por racional y lógico que sea. La autenticidad del narcisista reside en que Dios sea lo que él quiere (para satisfacer los caprichos de su inmadurez). El narcisista somete a Dios al hacer que Dios esté como a la espera de sus necesidades. El narcisista se clausura a sí mismo y en el replegamiento sobre sí se sirve del otro en tanto que otro que "sí mismo". La preocupación enfermiza, por sí mismo, oscurece al verdadero yo, ahora abaratado, opaco y esclavo por su dependencia. Su inmadurez y necesidad de afecto reclaman el apoyo afectivo y continuo de cuantos le rodean. En su opinión no existen diferencias entre lo supersticioso y lo religioso, pues, en última instancia, ambas esferas se fundamentan "en proyecciones de elementos psíquicos al mundo exterior". La religión es el sistema que protege el propio narcisismo a través de la creación de un fantasma (dios), al que la imaginación adorna de una benévola omnipotencia, fiel al servicio del narcisista. «El origen de la religión reside en la necesidad de protección del niño inerme y deriva sus contenidos de los deseos y necesidades de la época infantil, continuada en la adulta». La religión es considerada bajo esta perspectiva como una psicosis de grupo, por la que el hombre se evade de una realidad pregonera de su culpabilidad ansiosa. Una esquizofrenia colectiva. O bien, la religión se interpretaría como la gran neurosis obsesiva , colectiva. El culto, la piedad, se convierten en el ceremonial sustitutivo y perseverante de los neuróticos obsesivos. El sistema de prohibiciones, patológicamente presentes en estos enfermos, es equiparado a las prescripciones específicas del cristianismo. La religión supondría un disvalor la verdad de la teoría freudiana al poner en evidencia su poder patógeno. Luego la religión neurotiza”.

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